domingo, 10 de abril de 2011

De cómo perdí a Shantall 2

Tan cerca para no tenerla

 
Te esperé una hora, luego dos, y cuando supe que no llegarías las manos se me congelaron, y cuando te imaginé debajo de las llantas de un tráiler o tirada en la vereda de alguna calle, el corazón quiso salirse de mis entrañas. Tu ausencia no era normal. Siempre fuiste muy puntual y jamás jugabas bromas pesadas, aunque, dibujándote mejor en mi mente, recuerdo un particular vicio tuyo: te gustaba ser misteriosa cuando habías hecho algo malo, quizás un pecado vergonzoso o atroz. Eso me puso más nervioso. Fue entonces que supe que no íbamos a ir a ninguna parte, tú solo buscabas a alguien en quien depositar tus confesiones y hace unas horas habías decidido por mí.
Salí corriendo del parque, tomé un taxi hacia tu casa. En ese momento se me olvidaron los celulares y los teléfonos públicos, estaba actuando por inercia, movido por mis primeros instintos fatalistas. Más a delante supe que no me había equivocado.
La casa estaba oscura, nadie parecía ocuparla. Llamé a la puerta, volví a llamar, se prendió la luz de una de las habitaciones, creí ver una sombra, tal vez la tuya… pero luego otra, habían dos personas, estaba casi seguro de eso, la idea de verte acompañada me heló la piel. Cuando estaba a punto de echarme a la retirada se abrió la puerta… volteé lentamente… Eras tú.
Bajo las sombras no pude ver bien si tenías lágrimas en los ojos o si estabas sudando. No quise decir nada, podía estar equivocado.
–Pasa–me dijiste con voz entristecida.
–Pensaba que te iba a encontrar en el parque.
–Por favor, no hables y sígueme.
Fuimos hasta la sala, nos sentamos en silencio. Me miró como si fuera un niño pordiosero o una paloma con la patita rota, parecía que le daba lástima. Quise que ella se expresara primero, yo aún estaba confundido.
–Lo siento, pero ocurrió algo–me dijo agachando la cabeza.
–Qué…
–Es tan difícil… tienes que entenderme, en verdad es tan difícil. Mira… mejor te lo digo arriba.
Subimos al segundo piso. Entramos en su habitación, la luz encendida y mi corazón bombeando desesperadamente.
–Fue aquí en dónde ocurrió–masculló y luego empezó a llorar.
–No sé de qué hablas, por favor, tranquilízate que me preocupas más.
–Fue aquí en dónde lo nuestro llegó a su fin antes de haber empezado. Aquí renuncié a ti.
“Lo nuestro”, ¿por qué decía eso? ¿A caso ella ya lo sabía? ¡Pero cómo!
–Sí, lo sé. No es necesario que sigas ocultándolo, tantos años me mostraron que esto era más que una amistad.
–Shantall… yo sólo quiero que…
–No, no digas nada. Antes quiero que sepas que yo… también te amo.
–No lo puedo creer, entonces tú y yo…–Me acerqué un poco más a ella, los labios me temblaban.
–No, lo nuestro es imposible.
En ese momento salió del baño de la habitación un hombre en short y sandalias. Di un pequeño respingo y me moví de mi sitio, alarmado. Shantall se acercó a él y le tomó de las manos.
–Te llamo mañana–le dijo.
–Decide esta noche–le respondió el hombre y se fue.
Me quedé estupefacto, pues los dos actuaron como si yo no existiera. Después de unos minutos Shantall volvió a hablar.
–Él es Luis y vino a pedirme que no aborte, quiere tener a su hijo.
***
De ahí no recuerdo más. Sólo se viene a mi mente mi llegada a casa, mis padres gritándome, mi madre llorando, yo también por la decepción de un amor perdido. Me sentía mareado, mis ojos se perdían en el espacio, mi conciencia repetía una sola idea: “Ya no la tengo”.
Ahora que escribo estas líneas en la soledad de mis memorias, entiendo que darme fin es seguirle la ilación al destino. Ella me dejó una carta que aún guardo con remordimiento, rencor y nostalgia, es a esa carta a la que me confieso fielmente, obligándome a repetir la historia, le digo cuánto pude amarla en secreto.
Esa noche Shantall eligió, y sé que se fue con mi aroma en sus entrañas, tal vez con el aroma del otro también. A la mañana siguiente una franja amarilla rodeaba su casa. Se había suicidado.