domingo, 12 de junio de 2011

La chica de la voz susurrante

A ese barco que demora en llegar


Antes de África

Sabía que con la neblina iba a llegar también la chica de la voz susurrante. El ocaso se había ocultado tras las nubes tristes de Barranco y lo único que quedaba de las últimas horas del sol era el sentimiento de que la noche aplastaba paulatinamente mi paciencia. Ella tal vez demoraría en arribar, pero su padre no la esperaría más. ¿Cuándo la muerte ha esperado?, no había razón para que esta vez tenga deferencia con una mortal tan simple, pero a la vez exquisitamente mística, como ella. Sospecho que pocos hombres le conocieron esa parte, sé que siempre se empecinó en ocultar sus locuras románticas para más tarde, cuando notaba que la relación iba a buen paso. Paradójicamente pienso ahora que fue una relación, supuestamente bien encaminada, la que la llevó al puerto a tomar el primer barco de vuelta a casa, huyendo de los recuerdos y, tan solo quizá, de ese padre que se le iba muriendo sin que ella, tan cándida, pudiera hacer algo. Ahora las olas me traen uno de sus tantos relatos, de esos que me contaba en medio del río.
***
Ellos se conocieron en una fiesta ayacuchana, de esas pomposas que siempre atraen al licor, a los excesos y al sexo: Semana Santa. Ella recién había ganado el tercer lugar de miss Perú en aquel año sin importancia y él recién salía del ejército, aún no dejaba esas típicas costumbres caballerescas de rectitud y galantería varonil, aunque su corte militar ya desertaba a su cabeza para dar paso a una cabellera revoltosa. Los dos estaban de vacaciones por unas semanas, antes de iniciar sus nuevos proyectos. La mujer esbelta se sentó en la barra del bar, pidió un brandy, se lo sirvieron, y lo tomó con honorable delicadeza mientras observaba al barman. Fue ahí cuando el más ávido de los caza calzones posó la mirada en lo que sería su amor de turno, en esa noche ayacuchana.
—Discúlpeme, señorita, pero la vi sola y pensé que tal vez podría invitarle otra copa de brandy.
—Es usted muy amable, ciertamente estoy sola, pero temo decirle que no acepto invitaciones de cachacos extraños como usted. Discúlpeme la franqueza.
—Es muy observadora, sí, fui soldado por unos años, pero no se ha dado cuenta que mi intención está llevada únicamente por la gentileza de un buen caballero. Permítame demostrarlo… Barman, por favor, sírvale otra copa de brandy a la dama.
—Su insistencia debe ser por la preparación militar que reciben. En esta oportunidad ha dado frutos, claro que también le ayudó la música aburrida que están tocando. Le aceptaré el brandy con una condición.
—Dígame cuál.
—Que me cuente de usted mientras nos bebemos unas copas. Tendrá que pedirse otra.
Su nombre era Fabián. Dentro de unos días se matricularía en una universidad a estudiar Administración de Empresas, eso había elegido ser después de colgar los uniformes verdes: administrador de empresas. Si le iba bien convenciendo en sus concurridas empresas de tacones y faldas por encima de los muslos, ¿cómo no le iba a funcionar los otros negocios con hombres de corbatas y ternos caros? Tenía que intentar dejar su pasado militar, ese que con tan terribles recuerdos le habían marcado la dignidad de hombre, de "macho alpha". Con el tiempo la mujer de la voz susurrante se enteraría que no todo fue como pintaba, que aquellas saliditas nocturnas que daba cuando le llamaba su amigo del ejército tenían otras connotaciones peligrosas, que sus negativas por tener sexo con ella hallarían una razón en miedos infundados en su pasado cachaco, como ella decía para molestarlo cuando dormían con las piernas entrelazadas.
—Tu historia es muy graciosa—decía la mujer de la voz susurrante entre risas—, ¿por qué no te había conocido antes? Yo soy de Ayacucho pero vivo en Nueva Zelanda, siempre vengo para estas fechas, me encanta reencontrarme con mis padres, ellos me extrañan tanto...
—Es la primera vez que vengo a la celebración de Semana Santa, las salidas que nos daban solo me alcanzaban para ir a mi casa en Lima, vivo con mis padres, pero yo tengo un departamento en el segundo piso.
—A pesar del concepto que tengo de los soldados tú eres diferente, me haces sentir bien... si tan solo podríamos… Discúlpame, ¡qué atrevida soy!, debe ser el alcohol. Tengo que irme...
—No se sienta mal, por favor. No se vaya tan pronto.
—Deja de tutearme y..., está bien, sólo iré al tocador a ver si el rímel no se me ha corrido.
Esa era una de sus tantas estrategias que tenía ella para poner a prueba a los muchachos avalentonados que se le acercaban probando suerte con tremenda mujer de un metro noventa. Mientras se ponía un poco de polvo en las mejillas revisaba mentalmente su cartera, se acordó que había comprado hace unas horas un par de condones, era una buena costumbre, al fin de cuentas jamás sabía lo que iba a pasar en el resto de la semana. Una chica preparada valía por dos. Cuando salió del baño se detuvo en seco unos metros antes de llegar a la barra. Por un momento supo que ya sospechaba desde el inicio lo que estaba viendo, pero luego cayó en una leve decepción. “Qué pena, el chico era guapo, pero no es más que otro pendejo hijo de puta”.
Fabián se besaba con una mujercita escuálida en una de las mesas del bar. Él, cansado de esperar, desvió la mirada a su alrededor y se fijó que de la otra esquina una atractiva señorita le hacía señas para que se acercara. Fue a su encuentro y al verla mejor reconoció a una de sus tantas enamoradas de la adolescencia. Solo bastó un pequeño cruce de palabras para que en pocos minutos los dos ya se entretuvieran cruzando fluidos salivales con acalorada impaciencia.
—¡Imbécil!, cómo puede cambiarme por… esa cosa. Otro estúpido más con cara de hombre. No importa, por lo menos me invitó un brandy.
La chica de la voz susurrante salió a paso rápido del bar. Caminó hasta la calle central intentando no hacer sonar sus botas de taco aguja. Estaba a punto de parar un taxi que la llevara a su hotel cuando sintió que alguien la tomó de la cintura y luego, bruscamente, la abrazó por detrás. Ella dio un respingo del susto, volteó inmediatamente y su mirada se estrelló contra unos ojos brillantes, marrones claros, profundos, que le invitaban a no hablar, a relajarse y a aceptar inocentemente que esos brazos la rodearan sin impedimento alguno, sin resentimiento. Sintió una fragancia excitante, se le estremeció la piel. Fabián le habló al oído.
—Sólo es una amiga de la adolescencia, jamás te llegaría a los talones. Si dudas de eso, podrías comprobarlo dentro de unos minutos… Tú decides: me voy, o subo al auto contigo.
Ella le acarició suavemente el muslo derecho con un dedo, y él, con un movimiento rápido, tomó su mano y la dirigió a la entrepierna de su pantalón. El trato se había consumado.  

Continuará…       
   




1 comentario:

Rocio dijo...

Me gusta, tiene de todo... pero porque no prosigues con la historia y nos dejas saber mas detalles del encuentro entre Fabian y la chica....? La parte 2 no es la continuaciòn...