sábado, 16 de julio de 2011

La chica de la voz susurrante 2





 Ilusiones
A la ficción inspirada en la realidad




La conocí en una reunión familiar. Para ese entonces ya llevaba tres meses con Fabián, y, al parecer, eran la pareja ideal, la misma que se necesita para una boda de telenovela. Ella: linda, refinada, culta, mujer de mundo; él: buen mozo, buen conversador, enorme sonrisa, enorme billetera. Es más, cuando la conocí creí que ya se habían casado, porque la familia no paraba de felicitarles y desearles buena dicha para el resto de sus vidas. Fue así que la ilusión creció entre los dos, hasta que los miedos y las mentiras transformaron la fantasía en realidad; era de esperarse, Fabián no había durado con una sola chica más de cinco meses.

Todos los invitados estábamos sentados alrededor de una mesa, cada uno con su copa de whisky; excepto yo, no me gusta meterme etanol como sin nada, así que a mí me dejaron tranquilo con mi Inka Kola. Ella se sentó al lado de Fabián, lo tomó de la mano e inició la conversación con una soltura increíble. Era el primer día que la familia la conocía pero la atmósfera que se respiraba contagiaba confianza y amistad, suficiente para que La Chica de la Voz Susurrante se atreviera a comentar de sus tantos viajes por el mundo. De pronto, sé que después de mucho observarme, me dijo:  
—Y tú, ¿sigues en el colegio?
—Sí, estoy en cuarto de media.
—Mira que no parece—créanme que he escuchado eso cientos de veces—, eres muy maduro, ¿ya tienes alguna idea de lo que quieres seguir al terminar el cole?
Antes de que respondiera, mi madre dijo entusiasmada su frase favorita en las reuniones:
—Te cuento que es escritor—cosa que yo desmiento—, ha escrito un libro—todos los invitados abrieron sus ojos como dos huevos fritos—. Creo que se trata de la vida de un loco, ¿no hijito?, cuéntales a ver— ¡Aj!, madre linda, tenías que decirlo.
—¿Cierto?—dijo con una sonrisa auténtica La Chica de la Voz Susurrante.—Entonces quieres ser escritor.
—Tal vez, pero te iba a responder que quería ser periodista.
—El periodismo no se estudia, es una forma de vida. Te lo digo porque soy periodista, trabajo en la Unicef—eso fue un golpe bajo, no lo esperaba.
—Pero… la universidad debe aportar bastante a...
—Depende, he viajado por varios países y las experiencias me enseñaron que el periodismo se lleva en la sangre, justo en los momentos de vida o muerte es cuando uno se entera de esto. También ayuda mucho vivir en el extranjero, por qué no les dices a tus papis que te manden de viaje, tienes que conocer otras realidades, el mundo no es solamente tu salón de clases.
Esto no se podía quedar así, La Chica de la Voz Susurrante me extraía violentamente de las mentiras en las que había estado reposando durante años; recién ahora lo sé. Luego de un rato cambié de tema, entré en mi campo fuerte, toqué mi especialidad, aquí sí no podía perder. Había encontrado el punto débil de aquella mujerota de un metro noventa.
—¿Cuánto tiempo ya vas con Fabián?—tenía la sensación que cada vez que hablábamos los demás invitados tomaban el papel de espectadores.
—Tres meses. Nos conocimos en un bar de Ayacucho—juraría que en ese momento escuché a alguien, seguro uno de los primos, mascullar «típico». Fabián se sonrojó, la tomó fuertemente de las manos, y me dijo:
—Sobrinito, no seas tan preguntón…
El público estalló en risa. Yo hice caso omiso a todos y seguí descargando el arsenal.
—Pero si tú vives en el extranjero, ¿vendrás a vivir a Perú? ¿Trabajarás acá?—Más risas acompañadas de «¡uyuyuis!».
—No lo sé, eso no lo sabemos ninguno de los dos—La Chica de la Voz Susurrante se sonrojó también, sonrió resignada. —Le he dicho a Fabián que tiene que aprender inglés para llevarlo a Nueva Zelanda.
—¿Se casarán en Lima?—Más «uyuyuis», alguien dijo «¡responde oye!». Esta vez Fabián habló.
—Primero queremos darnos más tiempo, aunque puedes tener la seguridad que mi madre y su madre ya están buscando la iglesia.

Una hora después me senté en la sala de estar a observar unos adornos preciosos que había en la casa, cuzqueños por cierto, cuando La Chica de la Voz Susurrante se acercó.
—No nos dejaron que sigamos conversando, creo que Fabián se incomodó con tus preguntas—me dijo con tono cómplice.
—Lo siento, pero era simple curiosidad. ¿Tú también te incomodaste?
—¡No, para nada!, yo soy total open mind, es que tu tío es muy conservador y tiene eso de…
—Guardar las apariencias—completé su frase, al parecer había atinado.
—Se podría decir que sí… Déjame confesarte algo, eso de guardar las apariencias me llega al carajo. Detesto eso de ese huevón.
¡Dios!, La Chica de la Voz Susurrante tenía una boquita de caramelo. Sus palabras favoritas eran: carajo, puto, pendejo, huevón, imbécil, en fin… Quizá con esto debería ser La Chica de la Boca Cochina.
—¿Estás muy enamorada de él, cierto?—le pregunté con inocencia.
—¿Por qué lo dices?... Es verdad, me ha capturado, es un buen tipo. Solo que a veces es cuadriculado y piensa que la plata es significado de grandeza. Seguro estará pensando que estoy con él por su plata.
—Lo dudo.
—Desde luego, ¡dúdalo!, ¡gano más que él!—no reímos estrepitosamente.
El tiempo se agotaba y lo único que nos quedaba era intercambiar celulares y correos. Al final ella se despidió tristemente, Fabián le llamó por el móvil: tenían que irse.
—Me gustaría ayudarte con tu novela. Tengo un profesor que es corrector literario, es muy conocido. Escríbeme a penas puedas, podemos encontrarnos un día, puedes venir a mi casa, tengo libros que sería bueno que hojearas, y de paso hablamos más de lo que quieres estudiar. Suerte y jamás dejes de vivir nuevas experiencias. Jamás dejes de escribir.
***
De repente veo que, ya en la camioneta de Fabián, La Chica de la Voz Susurrante se puso a llorar. Él la miró despiadadamente, con odio, como si estuviera increpándole un pecado mortal. Ella no quiso levantar la mirada, ni siquiera quiso secarse las lágrimas. Fabián puso el auto en marcha, displicente de cualquier sufrimiento de su amada de turno. Esa escena, sin saberlo yo, iba a ser el prólogo de una sucesión de hechos nefastos a lo largo de cuatro meses. Quizá nunca debí enterarme de nada, pero el ser confidente de La Chica de la Voz Susurrante, y en varias ocasiones su hombro de llanto, me hizo el observador oculto que, seguro, muchas parejas tienen.

Y así fue como la conocí. Esa tarde llevaba una larga falda floreada y unas botas marrones de taco seis. No podría olvidar aquellas prendas porque fueron las mismas que encontré en su habitación semanas después, manchadas de sangre y con una pistola al lado.

Continuará…

5 comentarios:

Anónimo dijo...

ALA PAJA (Y)

jasmin (:

Juan Diego Delgado Chávez dijo...

Lo hice rápido, perdona las fallitas, sabes que soy muy exigente con eso...

Anónimo dijo...

bueno men me gusto!! sigue asi

Anónimo dijo...

Que seria la masa sin cantera!
PC

Juan Diego Delgado Chávez dijo...

Un amasijo de carne con madera... Cuánta gente aún no encuentra esa cantera.