sábado, 27 de agosto de 2011

Mirarte

A la musa que inspiró esto.



Me gusta cómo mira, en especial cuando me mira.
Sus ojos le brillan y acabo de descubrir que no es por la luz, sino por el misterio que esconden. Me gustan los misterios, pero solo los complejos.
Su voz es compleja, es la voz que busco en mis pocos escritos de amor, me gusta, y sé que a ella también. Sospecho que es consciente de lo que provoca su voz, pero sospecho también que ignora lo que provoca su voz en mí. Ella me provoca al hablar.
Cuando habla lo hace con calma, despacito, trotando, jugando con los silencios, jugando con mis silencios inciertos, temblorosos. Es cierto, me quedo en silencio porque a veces no sé qué decirle. Es tan difícil, es tan simple a la vez.
Simple como es, le gusta cuidar los detalles, camina erguida, segura, trasladando la brillantez de su cuerpo como si supiera que todos se quedan bobos al mirarla, lo sabe, lo sé. Dice que estuvo gorda, que comía puras papas fritas para aumentar un rollito más al día, dice que le gustaba tener rollitos. No le creo.
No le creo tampoco todo lo que dice, me dijo que no le creyera todo y le haré caso. Me dijo que no volvería a enamorarse. Todas las mujeres lindas y despechadas dicen lo mismo. No les creo a ninguna. El amor es inherente a todo ser humano. Y no hay duda que ella es un ser humano, aunque no parezca de este mundo.
Me dijo que no le gusta nada en especial del mundo, ninguna música, ninguna comida, ningún lugar, ninguna película, nada, nada, nada. Eso significa que le avergüenza lo que le gusta. Espero que no le guste ser normal, eso me dolería mucho.
Se sienta lejos de todos—dolida aún por su pasado—, lo hace simulando a un premio imposible, temo que lo es. Casi nadie se atreve a sentarse con ella, a penas unos cuantos gatos. Los hombres somos cobardes, y ella intimida. Intimada porque es extremadamente hermosa, es una criatura de la que se sabe muy poco, de la que se sabe que se han ido extinguiendo. Entonces los hombres preferimos mejor contemplarla de lejitos, como un niño que mira un helado mientras se le hace agua la boca. Me gustan los helados.
A ella también, pero nunca se le ha hecho agua la boca por nada ni por nadie. Ella es fría como un «chup», por eso me gusta jugar con sus manos, jugar con sus dedos mientras se hace la distraída. Calentar sus manos es mi nuevo reto mañanero, me levanto y le rezo a sus manos. Creo que le incomoda, ella dice que no, me incomoda que le incomode, pero qué puedo hacer, es un vicio exquisito.
La tristeza se hace un estado exquisito en ella. La tristeza se asemeja mucho al amor, el amor no es su estado permanente, a ella hay que enamorarla sin estar enamorado. Es mejor así. Un «no» como respuesta–expectorado de sus labios hechos de rosa virgen—sería el fin del mundo de cualquier varón, sus "noes" matan, yo mismo he visto los cadáveres. Necesito un médico. Seguro me dirá no cuando le pida un sí, seguro estaré de rodillas esperando su piedad para con mi alma. Ella es piadosa.
Pero jamás tiene piedad al caminar. Si le dices para andar sin rumbo, antes que vuelvas a respirar la verás muy lejos de ti, es incansable, es inalcanzable, es fuerte, es arriesgada, es libre. Envidio su libertad, envidio que no me deje libre.
Soy su pájaro enjaulado, no sé si se habrá dado cuenta de esto. Su inteligencia me deja entre cuatro paredes, delante de ella siempre pierdo, ya iré acostumbrándome. Delante de ella soy débil, por lo menos yo me siento como si me hubieran apaleado diez negros.
Sus ojos pueden ser negros y de otros colores, depende de ella, sus ojos pueden odiarme cuando quieran, como en algún tiempo odió a toda la humanidad, odio sus ojos, me hacen sentir como en Piedras Gordas. Siempre vuelvo al mismo punto: sus ojos. Dice que le encantaría donar sus órganos, yo quiero donarle el mío.
Donar es típico de ella. Dona una sonrisa por cada estupidez melancólica que le digo. Dona al ambiente un aroma angelical, angelical es su sonrisa, eso es lo único que merece ser angelical. Me ha donado un nuevo sentimiento, hace muchos años que no sentía algo igual. Me horroriza que su donación se complete, me horroriza que no me perdone esta travesura. Me horroriza volver a soñar con ella.