sábado, 5 de marzo de 2011

Razones de un libro

 
Cada vez que me preguntan la razón que tuve para escribir un libro, las respuestas que doy nunca son iguales. Es que, tengo que confesarlo, jamás me puse a pensar en eso. No me importaba y ahora tan solo un poco.
Ocurre que cuando tenía trece años gané un premio escolar de narrativa (ese fue el inicio de todo, antes jamás había escrito y si lo hice fueron algunas cosas inútiles), me dieron un diploma por mi cuento largo, “El asesino de Lindsey”, además de un libro que jamás lo leí (era de auto ayuda y no me gustan los libros de esa naturaleza) y otro de mi profesor de teatro, que lo he releído bastante por diferentes propósitos espirituales. Era mi primer año en el taller de actuación de mi colegio, en el que he permanecido durante tres años y en el que ya no podré estar más porque llegó el tiempo de “salir del estanque”. Aunque estoy intentando seguir en el taller de una manera casi clandestina, eso es otro asunto. Luego de aquel premio ingresó en mí un cosquilleo extraño, las ganas de escribir otra cosa, algo más atrevido, más grande y, quizás, un tanto rebelde.
Así, un buen día me senté en la computadora y llené durante tres o cuatro meses noventa y nueve páginas de puras letras y personajes ficticios producto de mi incipiente locura de escritor. Una noche de diciembre, me propuse terminar la página cien y mi madre me dio el primer aviso de impaciencia que me acompañaría el resto del tiempo de mi creación: ¿Cuándo terminas eso?
Fue que me di cuenta de lo inútil que era escribir esa historia. Había empezado sin saber a dónde ir y escribía prácticamente lo que me ocurría en el día; algo muy adolescente para un libro, pienso ahora. Por eso, sombreé todo el texto y apreté suprimir. La hoja en blanco y un gran peso fuera de mi cuerpo. ¿Cuatro meses al agua?, no, en todo ese trayecto me preparaba para darle cuerpo a la novela que vendría más adelante. Un libro que escaparía de toda sospecha, que estremecería a todo quien lo lea y que sacaría de mis pensamientos su parte más sádica. También acompañado de una sutil crítica ilustrativa que dibujaba con palabras las porquerías humanas de este siglo. Aquello que digo pasó por mi mente a los catorce años.


En febrero me volví a sentar en mi computadora a empezar la nueva versión de “El perfume del otro sello”.
La segunda razón crece en esa temporada. Se lanzó el concurso de novela del periódico EL COMERCIO y yo, muy ilusionado, quise participar a raíz de lo que me dijo mi madre: “para qué tanto escribes si nadie te va a leer, mándalo al concurso”. Sí, fue ahí que mi inocencia se perdió y Zulmicha hizo que germinara en mí la ambición de la publicación, esta mujer ha sido la culpable de esto y pagará, literalmente se los aseguro, sus consejos; le agradezco por las buenas intenciones. Entonces, concientizado en que debía escribir en corto plazo y de manera dedicada para tener aunque sea la somera esperanza de ganar, me discipliné y puse manos a la obra. Obviamente el tiempo me ganó, pero yo seguí escribiendo, corrigiendo poco, a comparación de lo mucho que corrijo ahora, e imaginando cada hecho de mi novela como si estuviera viendo una película. En trance total, acariciando el sueño de ver mis hojas entre tapas plastificadas.
Apareció otro concurso organizado por la PUCP, me aventé ahí también. No gané, y ahora que leo ese primer manuscrito que mandé me doy cuenta de las razones de mi descalificación: un fiasco que espero no se repita y que me ayudó para pisar tierra, comprendí que la calidad duele si uno quiere ser grande.
Así pasó hasta que terminé de escribir el libro a finales de mis catorce años. Y comenzó la odisea de la corrección, que duraría más de lo que me demoré en escribir. ¡Que dura hasta ahora!, a mis dieciséis, y que si no finiquita terminaré suicidándome.
Otra razón es mi sentimiento adrenalínico de ir contra la corriente. Quizá cuando lean mi libro se darán cuenta de lo que digo. Para resumirlo contaré una anécdota. Tenía una profesora de lengua y literatura, a la que admiro mucho, y a quien pedí me corrigiera el segundo manuscrito. Ella muy amable no me cobró nada e hizo un espectacular trabajo. Cuando le pregunté su opinión no sabía cómo decirme lo que me dijo, fijó sus ojos a los míos y vio en mi interior a un adulto-niño. Creo que estaba en shock, luego habló: Sabes, has escrito algo muy profundo, le pregunté si creía que mi libro era psicológico, no, va más allá de lo psicológico, es psiquiátrico. Hay que analizar al detalle cada aspecto de la personalidad de Yudielo (el protagonista) para comprender lo que quieres expresar. Me he sentido muy comprometida en algunas partes del libro, pues como muere la madre de Yudielo murió mi hermano. No es un libro para adolescentes, esto es un texto que requiere cierta preparación para enfrentarlo de la manera correcta: analizándolo al detalle, acompañando al protagonista en su carrera de genocida y de poeta a la vez, descubriendo sus pensamientos; sino se cae en un malentendido.
No sé si les gustará mi ópera prima, pero sí tengo la esperanza de poder arrancarles un poquito de escalofríos o hasta interés. Que lo lea el valiente, el sano o el enfermo, que lo lea cualquiera y el que pueda. Pero siempre consciente de que la razón del nacimiento de este libro es la podredumbre y vicios de la raza humana, convertida en arte y vista desde la perspectiva de un adolescente, aunque tal vez no para los mismos.

1 comentario:

Unknown dijo...

en serio tienes 16 años??? por dios no lo puedo creer me sorprende t felicito...